Título: PERFUME ORIENTAL
Autor: Ramón Gonzalo Rodríguez Gómez.
Todo se le vino abajo a Carlos cuando penetró en los jardines de las albercas escalonadas y comprobó que Rosa no estaba allí aguardándolo. Sólo atinó a ver la hiedra y el trazado de los arriates. Su desánimo no se debió a la inesperada saña con que caía la lluvia aquella mañana otoñal, sino a que sintió que el horizonte que tenía trazado en su vida se despeñaba de pronto hacia un mar de perplejidades, mientras contemplaba como se escapaban sus ilusiones huyendo por las galerías del Alcázar. En un primer momento hizo amago de adentrarse por los salones a buscarla pero no quiso darse a sí mismo esa infausta imagen de sentir que a cada revuelta le acudían los recuerdos en forma de hachazos. La vehemencia y rotundidad de las líneas que habían marcado su vida en los meses que había disfrutado con Rosa se le habían desdibujado quedando ahora sus vivencias como simples manchas dispersas en un decrépito pedazo de tela, y contemplaba con horror el cuadro de su vida en blanco, sin marco y sin contenido; sólo un lienzo cruel y recriminatorio. Le pareció oír el canto lejano de un gallo procedente del otro lado del río. Inconscientemente acudió la imagen de la iglesia de S. Lorenzo. Encontraba delectación en pasear la vista por las tracerías del rosetón de la fachada dejando que la mente se perdiese entre sus curvas por las líneas de la historia y las imágenes del tiempo. había encontrado en la calle una manzana. Sin pensárselo la cogió y comenzó a comérsela con ansia. Tenía la piel arrugada pero estaba fresca y sabrosa. Con la manzana en la mano, oía el oleaje de su respiración convulsa y acelerada. Bajo ningún concepto quería sentirse como se había sentido momentos antes: arruinado y vacío. El gallo insistió. Estaría excitado por la repentina lluvia. Notó que del lado del río venía un olor a tierra húmeda y embriagadora. Arrojó lejos la manzana y se dirigió hacia la iglesia atajando por la Plaza del Potro. El río bramaba con el barro que arrastraba, y las turbias aguas entrechocaban y remolineaban al llegar junto al Puente Romano. Un ciruelo negro se había abierto y un aroma a fruta oriental en sazón invadía todo el entorno hasta anegar su alma de optimismo y de deseos de cabalgar por encima de los límites de su propia conciencia. Cerró los ojos y se abandonó. Sintió que estaba en Roma junto al Tíber. Aspiró otra vez con los ojos cerrados. -¿Y por qué no junto al Éufrates?- pensó sonriendo.
Del libro "Córdoba cuenta".
Asociación cultural "Mucho cuento", Fundación Bodegas Campos, Sociedad de Plateros. Córdoba, mayo 2008.
Ramón Gonzalo Rodríguez (Guadix, Granada). Profesor. Licenciado en Filología Románica. Ha publicado diversos libros de relatos.
13 junio 2008
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