“Una mirada de sus ojos verdes es todo lo que puedo desear en esta vida”: así repetía María, una y otra vez, la misma frase en su diario.
…
Aquella noche, mientras Alfonso dormía, María se asomaba al balcón de la sierra. Carlota, su amiga desde pequeñas, le había regalado la noche en aquel Parador que, aunque estaba cerca de su casa, ella imaginaba en un lugar remoto, en una paradisíaca playa. Así, las luces de la ciudad se le antojaban luces lejanas de barcos, y el suave airecillo que corría, aún siendo un caluroso Mayo, la brisa suave de la mar. Entre sus manos, las páginas azules del diario de su niñez y juventud. Pensaba en él a todas horas, se volvía a repetir risueña. Ahora estaba casada y compartiría su vida. Siguió pasando páginas y recordando aquellos años de emociones a flor de piel, donde la envolvía un amor apasionado, intenso, como todos los amores de adolescencia. Pensar en Alfonso era toda su vida, toda su existencia. Tal vez, lo único que podía equiparar a ese amor era su ilusión por ejercer algún día de maestra con niños pequeños.
…
María vivía en Córdoba, con sus gentes anónimas que iban a sus quehaceres diarios. Hombres y mujeres que luchaban por arrancar a la vida minutos de felicidad para compartir con la familia y los amigos, tal y como habían vivido en sus casas. Cuando un día, a sus quince años, miró al futuro y empezó a fantasear, se imaginó un hogar feliz, con tres o cuatro hijos alrededor. Los domingos irían al campo. No pedía grandes lujos materiales, pero sí mucho amor. Sin embargo, ese pulso a la vida, se le devolvería con saña. Ahora volvía a releer feliz sus ensoñaciones, anotadas en aquella libreta de pastas rugosas con tonos ocres, que guardaba celosamente en el último rincón del armario. Desde que cumpliera los 8 años había escrito su diario. Había pasado por diversos: desde los infantiles de pastas de muñecos, hasta los florales. Ahora empezaría uno nuevo: el de su vida de casada, con un suave tono malva ribeteado de pequeñas florecillas azules en los márgenes. En su nueva casa, en su nueva vida, los diarios con sus secretos de niñez y juventud tendrían una nueva ubicación.
…
BELLA
Te recorrieron, mujer,
te recorrieron
ocultos valles, mujer,
y tus llanuras.
Por blancos montes, mujer,
de terciopelo
te recorrieron, mujer,
y estabas bella.
Luego los dedos, mujer,
fueron de cuero
y esa mano, mujer,
antes amiga
un duro puño, mujer,
contra tus lágrimas.
Más tarde, un día, mujer,
no estabas bella.
Tu geografía, mujer,
valle y llanuras,
montes nevados, mujer,
se tornó roja.
Carne morada, mujer,
como estas lilas
que ya en tus manos, mujer,
en ramo acoges.
Enrojecida carne, mujer,
como la llama
de cirios blancos, mujer,
que hoy te rodean.
Tu carne en paz, mujer,
al fin de todo
y otra vez bella, mujer,
con ese rictus.